En respuesta, una multitud de hombres, jóvenes y adultos mayores caracterizados como soldados franceses pasaron entre la fumarola que provocó la pólvora y apuntando sus armas hacia el cielo pintado de color gris devolvieron el disparo a pocos centímetros del campesino.
"¡Quémenle los pies! ¡Quemen a ese francesito!", gritaban entre risas los espectadores que vieron la escena y quienes —aun con tapones en los oídos— fueron aturdidos por al menos ocho detonaciones que sonaron a un costado del Parque del Niño Quemado, en un lapso de 20 segundos.
En vez de prender fuego, los soldados europeos y los Dragones de Zaragoza —ejército comandado por el general Ignacio Zaragoza— más jóvenes se enfrentaban con pequeñas cebollas, zanahorias y papas, que pasaban sobre los gorros color negro y rojo de los franceses, quienes únicamente se agachaban para no recibir alguna verdura perdida.
Del lado de los mexicanos, banderas de color verde, blanco y rojo ondeaban por encima de los intérpretes, y por debajo del humo que dejaba las detonaciones; mientras las de color azul, blanco y rojo eran más pequeñas y combinaban con el uniforme de los soldados.
A la par de estas detonaciones que, cada vez, asustaban menos a los asistentes, tambores, trompetas, maracas y baterías sonaban a manos de decenas de grupos musicales que iban desde el norteño, regional mexicano y música típica.
Al compás de los distintos ritmos, niñas y niños, vestidos con grandes faldas verdes y rojas, así como con sombreros, pantalones entallados y botas disfrutaban entre zapateado y faldeado de algo que, más allá de ser Patrimonio Cultural Inmaterial, es una herencia de sus padres y abuelos.
"Es la forma en la que crecimos. Mucha gente piensa que sólo es pólvora, pero estamos de pie y así lo festejamos. Es algo que se siente, que se lleva dentro y que no lo puedo explicar así con palabras", dijo Juan Carlos, quien hace 30 años presenció por primera vez esta representación. (Con información de El Universal)